CINCO personas a las que NO hubiera querido conocer
Por Ricardo Canales
1. Soy un hombre viejo, ya sé, ya sé. Que me insultan los niños y los ruidos callejeros estoy al tanto, y las mujeres que estúpidamente alardean en su malabar de un cuerpo pretenciosamente ridiculizado. No me interesa. Yo sabré también vencer. Había conocido a una en el verano cerca de la playa de ciudad Bretón y no me importó. Ni que fuera mujer ni hermosa me interesa. Ni que tuvieras las tetas tan firmes ni sus rojos pómulos sobresalientes, sus pómulos rojos. Había dialogado con ella acerca de cosas que ya no me importan ni nunca importaron y ella sonreía como una corneja tratando de alardearme de su finura. Yo corregí más bien el curso de la conversación y en su pelo me detuve a pensar en que tal vez no valía la pena tanta mesura y desconectadas sus tetas del cuerpo me puse a tocar.
2. Había visto otra vez a una niña sentada en la vereda de junto a mi casa. Justo en la puerta de mi casa había destripado la niña una rana azul de la selva y jugaba con sus entrañas. Cuando salí la niña asumió una postura tensa y agresiva. Me habló en algún dialecto incomprensible para mí y yo, que temía de la brujería, le tiré de las trenzas hasta el final de la calle. Allí le levanté y de un gran golpe le moreteé la cara. La noche siguiente hubo golondrinas por la casa y yo habría temido mucho si a mi puerta no hubiera aparecido la mañana siguiente furiosa la madre de aquella niña.
3. Mi madre solía arroparme con ternura. Quería siempre tenerme aprisoonado a su pecho y que lactara. Yo, mientras, trataba de entender que diablos hacía yo con su gran pezón oscuro en mi garganta. Un día mi madre y yo fuimos al doctor para saber por qué yo la había rechazado con tanto llanto. El médico aquél me examinó la garganta y el ano y determinó que yo sufría una extraña enfermedad que impedía a mi cuerpo tolerar la lactosa. Los dos nos fuimos a casa tristes.
A la mañana siguiente, mi madre y yo pasamos de nuevo la pesada situación. Mientras yo lloraba mi madre se conmocionó tanto que dejó de intentarlo por un momento. Tomó su seno y lo metió, húmedo e inflado, de nuevo al sostén que llevaba puesto. Yo estupefacto la miré con sorpresa y hasta ansía. Mientras, la enfermera me clavaba su aguja en el poto.
4. Yo y Ana éramos grandes amigos. Nos habíamos visto crecer cada uno desde niños y ahora, de enamorados, habíamos decidido dar el gran paso. Ella, temerosa como siempre fue, quería alargar la situación pero ésta ya no daba para más. Una tarde decidimos vernos en su casa. Habíamos tomado las precauciones del caso: sus padres andaban fuera de la ciudad y yo había tomado lo necesario de la gaveta de mi padre. En su cuarto, desnudos, le di un beso y le pedí que se arrodillara. Ella tiernamente se recogió el pelo y lo puso de lado mientras tomaba su lugar. Luego disparé dentro de su boca. El espejo, la lámpara y todo en el cuarto se salpico de aquello y en ese momento, tan asqueado y torpe, supe que no podría continuar.
5. Se me apareció un día la muerte en la forma de una pequeña anciana que me clavaba sus uñas con tensión. Era una vieja inválida y desarrapada pero sus garras, largas y aserradas se me hacían brillantes, lozanas y teñidas de rojo. Había dudado muchas veces del diablo encarnado en cuerpo de mujer pero cuando esa hermosa joven me llevó a su cama no pensé que acabaría así.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home