Wednesday, February 15, 2006

En verano todo se ensucia





Por Mauricio Ottiniano

Mamá se fue. Hace ya más de un mes que mamá partió a la tierra del tío Sam en busca de trabajo. Como se comprenderá su partida además de dejar un vacío sentimental, dejo también un gran vacío doméstico. Es decir, en casa somos tres hombres y tres perros (dos machos), así que como podrán entender la testosterona y la inutilidad campea. Y es que mi mami nos mal (bien) acostumbró a tener siempre nuestra ropa limpita, las camas tendiditas y la comida calentita. Ahora, sin ella, nos enfrentamos a tener que valernos, en casa, por si solos.
En un intento digno de ser destacado, mi padre intentó sin mucho éxito hacerse cargo de la cocina. Después de algunos días de carnes quemadas, guisos salados y arroz crudo, que anduvo prácticando en clases pre-viaje, empezó a agarrarle el truco al arte culinario.
Yo por mi parte me encargué del aseo de todos los servicios, léase platos, cubiertos, ollas, etc; mientras que mi hermano, se la llevó fácil, pues se limitó a cocinar los fines de semana, preparando el veintiúnico plato que conoce: Ají de gallina.
Pero el real problema empezó (para mí) a la hora del lavado de ropa. Mi madre siempre se encargó de lavar absolutamente toda mi ropa, desde los jeans con huecos hasta las medias futboleras, lo cual a mis veintixxx... años, la verdad, no me avergüenza. Antes de viajar, mamá se esmero en dejar toda mi ropa limpia, pero tarde o temprano llegaría el momento en que me quedara sin ninguna prenda para usar.
Y así fue. Luego de casi dos semanas, la ropa empezó a escasear. Tuve que recurrir a mis calzoncillos con hueco, medias remendadas y polos desteñidos que ni recordaba que tenía. Sin embargo no pude alargar mucho la situación, y por fin me quedé sin ningún tipo de ropa. Pues bien, tenía que lavar, y si una mujer puede hacerlo (pensé), ha de ser sencillo (muy sencillo).
Así, por la mañana de un domingo veraniego, implementado con una bolsa de Ace y una barra de jabón libertador, me inicié en aquella nueva empresa. Traté de que no me incomodara mucho el hecho de no tener agua caliente, o que no hubiese un toldo que me protegiera del entusiasmado sol. Así pues empecé jabonando algunos jens que urgían del contacto con el agua. Los restregué, sobé, les pasé una escobilla y como pasó final los metí en la lavadora, cuidando de no mezclar los oscuros con los claros (las mujeres primero experimentan).
Luego vino el turno de la ropa interior, y mientras iba lavando, pensaba que mamá debía querernos mucho para enfrentarse a estas porquerías. No lavé, obviamente, toda la ropa sucia que tenía, sino sólo lo estríctamente necesario, dejando lo demás para otro momento de apuro, pues luego de algunas horas, y de ver mis manos arrugadas, decidí poner punto final a la tarea.
Lo cierto es que ahora, por alguna extraña razón, mi ropa se ensucia con mayor rapidez. Antes, y esto lo puedo jurar, pasaban meses antes de que mi ropa ensuciase. A pesar de todos los cuidados que tengo, un jen no me aguanta ni tres días. Recién hoy comprendo por que mis amigos nunca se sientan en el suelo como tanto me gustaba, y es que, al parecer, sus mamás también deben haber viajado.

Friday, February 10, 2006

La Desaparición de los Dinosaurios


Por Mauricio Ottiniano

Recientes investigaciones científicas acerca de la desaparición de los dinosaurios sobre la faz de la tierra, han llegado a conclusiones poco menos que increíbles. Dichas investigaciones afirman que los dinosaurios no desaparecieron debido a la colisión de un asteroide contra la superficie terrestre, como siempre se pensó, sino que su extinción se debió a que cagaban mucho.

No, no es broma, los dinosaurios se cagaron solitos (literalmente hablando). Al parecer estos gigantescos animales, tenían una dieta tan generosa, magnifica y espléndida que por ende sus defecaciones eran igualmente generosas, magnificas y espléndidas.

Esto produjo que el medio ambiente donde se desarrollaban se convierta en una completa y cabal cagada. No sólo porque la caca se respiraba en el ambiente cual si fuesen pedos, sino también porque, por ejemplo, la caca del Tyranosaurio Rex era capaz de matar en el acto a dinosaurios de menor tamaño si es que esta les caía encima. Así pues el Rex, no sólo era temido por ser un carnívoro compulsivo, sino también por ser un cagón de campeonato.

Se dice que cuando este gigantesco animal (medida alrededor de 5 metros de altura) caminaba por los parques jurásicos, los dinosaurios de menor tamaño corrían a refugiarse trepando en los árboles. Recién cuando el buen Rex se iba, los trepadores saltaban gritando jerónimoooo, y extendiendo sus extremidades superiores como si fuesen paracaídas. Claro, igual se sacaban la mierda. Sin embargo, así se produjo en ellos un transito entre la fase Reptiliana Terrestre a la Trepadora Arboreal, que culmino en la fase Avícola Voladora. Es decir los dinosaurios pequeños se cagaban de miedo cuando veían a prospectos de comensal, trepaban a los árboles, y, al tirarse, se recontrasueleaban tanto, que terminaron por aprender a volar.

Uno de estos reptiles voladores fue el Terodáctilo, tan temido como el Tyranosaurio Rex. ¿Por qué temido?. Imaginen el vuelo distendido y presuroso de una paloma evacuando. Su legado puede caer en los tejados o en los vidrios de los autos, sin más perjuicio que el ensuciarlos. Imaginen ahora a un Terodáctilo. ¡A cubrirse!. Que bombardero ni huevada y media. Donde te pesca te caga. Se especula que luego de la merienda de una de estas avecillas, todo ser viviente sobre la tierra se hacía humo como putas en batida.

Los dinosaurios podían distinguirse en carnívoros y herbívoros. Los primeros eran los de mayor tamaño, mayor fuerza y muy mal carácter, mientras que los segundos eran el segundo de los primeros. Es decir, los herbívoros eran los más pequeños y se alimentaban de hierbas, raíces y plantas en general. Los carnívoros en cambio, se alimentaban de los herbívoros cojudos que se les cruzaban justo a la hora del almuerzo. Por otro lado, los grandotes tenían la muy mala costumbre de cagar por doquier, incluyendo a los herbívoros y su comida.

He aquí el problema. Imaginen la caca de un Brontosaurio (que sería más o menos del tamaño de una huaca). Esta caca de culto caía sobre los campos y pastizales que serían alimento de los herbívoros, quienes a pesar del ligero amargor en sus comidas, siguieron con el mismo régimen alimenticio. Poco a poco fueron muriendo. Se intoxicaron con una sustancia llamada Echere-chacoli, la cual estaba propagada por toda la tierra. Otros murieron de inanición, pues prefirieron cagarse de hambre antes que comer cagadas.

Así pues, los carnívoros cagaron (en el sentido lato de la palabra) a los herbívoros, y de paso se cagaron así mismos. Y es que con la desaparición de los herbívoros, desaparecía también la comida de los carnívoros. Ante tal situación, muchos de los carnívoros terminaron por volverse herbívoros, comiendo también cagadas, e intoxicándose mortalmente. Otros como el Diplodocus (8 m. de altura y una longitud de hasta 40 m.), se negaron dignamente a volverse herbívoros.

Esta actitud es entendible. Es como si a aquel hombre chelero, futbolero y mujeriego, que se alimenta de pollo frito, pizzas, hamburguesas y grasas en general (osea un grasívoro) lo quieran convertir de buenas a primeras en vegetariano, es decir lo hagan comer pan integral, yogurt, leche y verduras. ¡Ni cagando!. Aquel hombre se sentiría menospreciado en su condición de macho, sentiría defraudar a sus antepasados cazadores de mamut. Y es que sólo las mujeres y los gays comen ese tipo de cojudeces.

Los carnívoros pensaban igual, e igualmente se cagaron, desapareciendo de la faz de la tierra.

Al extinguirse los dinosaurios, todo quedó convertido en una real cagada. Con el paso del tiempo esa cagada se convirtió en un excelente y poderosísimo abono, convirtiendo la tierra en fértil y productiva. Así fue como el hombre descubrió la agricultura, empezando de esta manera su dominio sobre el planeta. Sin embargo, no viviría tranquilo por varios miles de años, preocupándose en el invento que terminaría por salvarle la vida: El Water.

Seguramente aquel filósofo italiano que dijo: “El que come forte y caga forte no le teme a la morte” debió haber muerto de inanición o de oclusión intestinal.

Thursday, February 09, 2006

CINCO personas a las que NO hubiera querido conocer

Por Ricardo Canales

1. Soy un hombre viejo, ya sé, ya sé. Que me insultan los niños y los ruidos callejeros estoy al tanto, y las mujeres que estúpidamente alardean en su malabar de un cuerpo pretenciosamente ridiculizado. No me interesa. Yo sabré también vencer. Había conocido a una en el verano cerca de la playa de ciudad Bretón y no me importó. Ni que fuera mujer ni hermosa me interesa. Ni que tuvieras las tetas tan firmes ni sus rojos pómulos sobresalientes, sus pómulos rojos. Había dialogado con ella acerca de cosas que ya no me importan ni nunca importaron y ella sonreía como una corneja tratando de alardearme de su finura. Yo corregí más bien el curso de la conversación y en su pelo me detuve a pensar en que tal vez no valía la pena tanta mesura y desconectadas sus tetas del cuerpo me puse a tocar.

2. Había visto otra vez a una niña sentada en la vereda de junto a mi casa. Justo en la puerta de mi casa había destripado la niña una rana azul de la selva y jugaba con sus entrañas. Cuando salí la niña asumió una postura tensa y agresiva. Me habló en algún dialecto incomprensible para mí y yo, que temía de la brujería, le tiré de las trenzas hasta el final de la calle. Allí le levanté y de un gran golpe le moreteé la cara. La noche siguiente hubo golondrinas por la casa y yo habría temido mucho si a mi puerta no hubiera aparecido la mañana siguiente furiosa la madre de aquella niña.

3. Mi madre solía arroparme con ternura. Quería siempre tenerme aprisoonado a su pecho y que lactara. Yo, mientras, trataba de entender que diablos hacía yo con su gran pezón oscuro en mi garganta. Un día mi madre y yo fuimos al doctor para saber por qué yo la había rechazado con tanto llanto. El médico aquél me examinó la garganta y el ano y determinó que yo sufría una extraña enfermedad que impedía a mi cuerpo tolerar la lactosa. Los dos nos fuimos a casa tristes.
A la mañana siguiente, mi madre y yo pasamos de nuevo la pesada situación. Mientras yo lloraba mi madre se conmocionó tanto que dejó de intentarlo por un momento. Tomó su seno y lo metió, húmedo e inflado, de nuevo al sostén que llevaba puesto. Yo estupefacto la miré con sorpresa y hasta ansía. Mientras, la enfermera me clavaba su aguja en el poto.

4. Yo y Ana éramos grandes amigos. Nos habíamos visto crecer cada uno desde niños y ahora, de enamorados, habíamos decidido dar el gran paso. Ella, temerosa como siempre fue, quería alargar la situación pero ésta ya no daba para más. Una tarde decidimos vernos en su casa. Habíamos tomado las precauciones del caso: sus padres andaban fuera de la ciudad y yo había tomado lo necesario de la gaveta de mi padre. En su cuarto, desnudos, le di un beso y le pedí que se arrodillara. Ella tiernamente se recogió el pelo y lo puso de lado mientras tomaba su lugar. Luego disparé dentro de su boca. El espejo, la lámpara y todo en el cuarto se salpico de aquello y en ese momento, tan asqueado y torpe, supe que no podría continuar.

5. Se me apareció un día la muerte en la forma de una pequeña anciana que me clavaba sus uñas con tensión. Era una vieja inválida y desarrapada pero sus garras, largas y aserradas se me hacían brillantes, lozanas y teñidas de rojo. Había dudado muchas veces del diablo encarnado en cuerpo de mujer pero cuando esa hermosa joven me llevó a su cama no pensé que acabaría así.